domingo, 30 de octubre de 2011

La Madre de todas las preguntas.

Desde tiempos inmemoriales, una delgada línea ha separado la venganza de la justicia.
Desde el bíblico, “ojo por ojo” que algunas sociedades de base religiosa siguen implementando como ley civil, hasta el moderno aparato de justicia que las sociedades occidentales han construido formalmente, transcurrieron muchos siglos, mucha sangre, mucha filosofía y mucha muerte. Y digo, el “moderno aparato de justicia que la democracia liberal ha logrado implementar formalmente”, pues informalmente el “ojo por ojo “se esconde a veces de la vista de las multitudes disfrazado por mecanismos y justificaciones que toman la forma de un aparente sentido de justicia, generalmente patente cuando se trata del “otro” del “diferente”, del que está “fuera”.    Habría que ver, por ejemplo, sí los bombardeos indiscriminados a poblaciones indefensas como respuesta a los ataques terroristas ocurridos en el corazón de occidente, o las ejecuciones “legales” de negros e hispanos en algunos estados de Norteamérica, no esconden en el fondo este procedimiento velado.

El hombre se rebela a la injusticia en todo tiempo y lugar, porque la idea de la misma, trasciende los desarrollos históricos y las construcciones culturales: La justicia es un sentimiento innato, grabado a fuego en la conciencia de los hombres. Si estos la siguen buscando incesablemente, "a pesar de y en contra de" persecuciones, guerras y muerte, es a mí entender, porque encierra un sentido trascendente e inmutable:  “¿No podría ser vista la historia de la humanidad, como una normalización progresiva de la injusticia, acarreando el innombrable y anónimo sufrimiento de millones de personas?” (cita de Slavoj Zizek)

La justicia tiene que ver con enfrentarse al “mal” sea lo que se entienda por ello, pero enfrentar el mal con el mal, (a no ser que exista alguna ecuación de índole matemática en que: mal x mal sea igual a bien) parece una contradicción.  

Entonces: ¿Cuánto mal se puede hacer para hacer el bien?

Esta es, parafraseando a un dictador caído en desgracia, la “Madre de todas las Preguntas” en cuanto a la ética de liberación se refiere.
Este video es un pequeño extracto de una película de cómics, que refleja el dilema que tratamos. La misma  relata la historia de un “antihéroe” llamado Kick Ass. Aquí se refleja el dilema etico de resisitir el mal o combatirlo con sus propias armas.

 


Resistir pacíficamente es también una forma de combatir, pero ¿pueden existir contextos en que las opciones solo puedan ser violentas?
“Kick Ass” es un joven que decide enfrentar al mal, ridículamente vestido y sin ningún tipo de poderes sobrehumanos, por lo que, como corresponde a un antihéroe sale mal parado de todos los enfrentamientos y contiendas, hasta que un automóvil lo arrolla dejándole medio muerto. En el hospital, prácticamente lo reconstruyen: unen sus huesos con placas de metal, y el antihéroe se recupera, solo que ahora tiene un nuevo “superpoder”: Su cuerpo es extremadamente duro e insensible al dolor, por lo que puede resistir prolongadas golpizas de los malos sin ningún problema. Esta es ahora su arma contra la maldad: La resistencia pacífica, recibiendo los golpes que nunca terminan por hacerlo rendir. Una y otra vez se levanta, se reincorpora, gana por cansancio: He aquí, la resistencia pacífica de los pueblos contra algunas tiranías. Ejemplos recientes tenemos en la historia de regímenes que cayeron por la resistencia pacífica de sus pueblos: La India con Gandhi y su revolución pacífica y recientemente el derrocamiento del egipcio Osni Mubarak. Esto claro, si el pueblo tiene la resistencia del superhéroe, y puede asimilar los golpes y la sangre, mantiendo su sentido de justicia sin que derive en la sed de venganza.

El giro extraordinario en el sentido ético y estético que da el film, es cuando aparece en escena la mini heroína Hit Girl. Nuestro superhéroe, que busca defender el honor de una dama, (lo cual muestra que sus motivos justicieros son también humanos e interesados) se encuentra atrapado en el departamento de una peligrosa banda de narcotraficantes, en medio de una masacre, pasándola mal, hasta que aparece una dulce niña de 11 años, que, enfundada en su disfraz de heroína y con una violencia inusitada, mata a todos los malos con un despliegue de saña y sadismo que eriza la piel.    La visión de una dulce niña, que en su cotidianidad juega con muñecas, viste de colegiala y que movida por venganza (alimentada por su padre tras un drama familiar) despliega tal disfrute sádico en su acción vengadora es, créanme, más allá de lo cinematográfico, bastante fuerte para ver.

He aquí la historia de pueblos y revoluciones que, movidos por un deseo irrefrenable de justicia, terminaron desatando su sed de venganza, arrastrado por sus elementos más violentos. Y es también la máxima bíblica que dice que “la violencia engendra violencia” y que quien “siembra vientos cosechará tempestades”. El problema es que este es un camino de doble vía: si va del tirano hacia el pueblo, ¿Por qué no puede ir del pueblo al tirano? Es decir, si la violencia engendra violencia, ¿Por qué la resistencia ha de ser pacífica?  La respuesta es quizas, que no podemos convertirnos en lo que repudiamos.

Finalmente, ambos superhéroes se unen para enfrentar al mal, armados hasta los dientes. Quien quiera combatir el mal, debe lidiar con el mal que hay en su propia naturaleza, para evitar ser arrastrado y reproducir este circulo de la violencia. Este dilema está presente en la mayoría de las historias míticas y de superhéroes, las que representan en alguna medida, las sinuosidades de la naturaleza humana y por ende, de sus sociedades.
Nuevamente:  ¿Cuánto mal se puede hacer para hacer el bien?

La madre de todas las preguntas, ¿Cuántas hijas tendrá por respuesta?



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