sábado, 9 de julio de 2011

Discurso de Rufino Tereso: Sobre política, comunicación y debates.

Discurso de Rufino Tereso, (Alberto Olmedo)



Nada despreciable, esta verdadera joyita de comunicación política remite a la genialidad de uno de nuestros iconos populares, el inigualable cómico Alberto Olmedo, quien haciendo gala de sus dotes actorales, grafica claramente lo que debe ser un discurso de campaña, desde la impostura física, el tono de voz, los gestos y el poder de convencimiento, que son propios más de actores, pastores, y comunicadores sociales, que de nuestros políticos vernáculos actuales.

El discurso se desliza, no es importante, el discurso no es nada, queda reducido a cero, solo una serie de frases confusas e ilógicas, presentadas con tal convencimiento y plasticidad que sirven de antesala para introducir un remate político formidable: “Por el bien de la Provincia” que arranca los aplausos de la multitud convencida por semejante despliegue escénico.

Algunos argumentarán que, esto podía suceder en aquellos tiempos del 1900, en la relación desigual de un pueblo inculto y sus líderes ilustrados (estereotipado en la célebre frase de “viva el doctor”) pero no en esta actualidad de medios masivos e hiperinformación cibernética.

Sin embargo, siguen existiendo  procesos sicológicos y estéticos velados que inciden en la elección de un candidato determinado y que se imponen a una elección más racional. Un gran número de gente sigue votando por las cuestiones más diversas e insólitas, anteponiendo prejuicios y tips varios, por sobre un análisis racional de las propuestas.

La mayoría de quienes ejercieron el poder desde el 83 en nuestro País fueron buenos oradores: El vibrante Raúl Alfonsín, el farandulero Carlos Menem, el motivador y confrontativo Néstor Kirchner, y la Presidenta Cristina Kirchner, que en cuestión de oratoria y comunicación no tiene nada que envidiarle a nadie. La excepción a la regla fue Fernando de la Rua, que ni siquiera terminó su mandato.  La importancia que un líder político sepa, es fundamental, pero que sepa comunicar lo que sabe, lo es más. Y si puede motivar, estamos en presencia del combo completo.

Hoy, es verdad, las redes sociales y el marketing electoral ayudan notablemente a ocultar esta falencia.   Discursos estudiados de memoria, ayuda de tecnologías diversas, la profesionalización del marketing político, la vacuidad de ideas y los estudios de mercado electoral a fin de lograr segmentar en el análisis al electorado para vender un candidato político como si se tratara de un nuevo paquete de jabón espuma.

Esta falencia de actitud política es vital para entender porque los cierres de campañas actuales se hacen en un pelotero, en conferencias virtuales simultáneas, o a bordo de una caravana automovilística. Un cierre de acto tradicional, con un discurso motivador, de casi todos los candidatos a Jefe de Gobierno, sería a todas luces un pasaporte sellado hacia el tren fantasma del aburrimiento.

Ya que tenemos en claro la falta casi colectiva de carisma para los actos masivos, analicemos la función de los últimos debates. Es muy claro que, a los debates se va a ganar, no basado en propuestas, sino en estrategias con poco porcentaje de lo político y mucho de lo sicológico.

Derribemos el mito de que la gente ve un debate para escuchar las propuestas. Derribemos el mito de que a un debate se va enfrentar al otro con ideas para convencer a un electorado que, en su gran mayoría solo busca reafirmar sus ideas preconcebidas. Estudios en este sentido demuestran que, gran parte de quienes consumen información política, lo hacen ya con un sesgo determinado, y solo para buscar argumentos con los cuales seguir defendiendo su decisión electoral tomada de antemano. Otro porcentaje, posiblemente sea del nicho que se denomina “indecisos” y supuestamente a estos apunta la función.

A un debate no se va a pensar, se va a ganar. Ya lo expresó magistralmente el filósofo Arthur Schopenhauer en su pequeña obra (publicada pos mortem) “Erística” o “El arte de tener razón”.     “Tener razón” como señaló, el filósofo es todo un arte. El punto central de esta cuestión es que, aquí no importa la búsqueda de la verdad, (tal como en el discurso del video de Rufino Tereso) lo que importa es que uno mismo, y el observador, tengan la fuerte percepción sicológica de la victoria, de haber destruido al otro, de haberlo puesto en aprietos, aún con todo tipo de estratagemas y argumentos falaces o no. Argumentos triviales e insignificantes, que pueden tomar dimensiones casi épicas. No es una cuestión de razón, sino de percepción: quien la gente percibe ganador, es quien gana, y esto puede depender de un sinnúmero de cuestiones irrelevantes para la cuestión estrictamente política.

Desde el tipo de vestimenta, los enojos y sonrisas, levantar la voz en el momento justo, ignorar al adversario o hacerlo salir de sus cabales, gestos grandilocuentes, una voz firme y segura, el color de la corbata o la ausencia de ella, color de traje, apariencia saludable o no, son todas cuestiones aparentemente insignificantes pero que impactan en el electorado más de lo que se piensa.

Richard Nixon en su famoso debate con Kennedy, fue perjudicado por su aspecto desmejorado, y la mala elección de su ropa que contrastaba con el aspecto joven a impecable de su contrincante. Pero sobre todo, aunque parezca increíble, fue perjudicado por el disgusto que causaba verlo secarse la transpiración con un pañuelo. Un candidato local, tardó meses en sacarse su bigote, ya que según dicen, el electorado no soporta los cambios bruscos.

Para resumir, hay muchas cuestiones estéticas y extra políticas que influyen en el voto más que las cuestiones estrictamente políticas, y mucho más de lo que el común de los mortales pensamos.

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